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jueves, 7 de noviembre de 2013

I did it.

Hoy no os voy a hablar de viajes, ni de libros, ni del cine. Hoy se me ocurre algo muy distinto, algo que lleva tanto tiempo conmigo que no me imagino abandonarlo. El kárate. Ya sé que parece raro, pero hay un motivo para que os esté dando la tabarra con esto; el sábado, tras seis años de darle cuerpo y alma al karate, me concedieron el cinturón negro. Te cuento la historia, vale? Hace cosa de un año, mi maestro nos empezó a hablar a mi compañero y a mi (sí, solo somos dos. Algún problema?) de hacer el examen para cinturón negro. En principio yo no le veía futuro al proyecto, así que no le hice mucho caso, pero el tema fue a más, y más, y más y cuando nos dimos cuenta estábamos preparados para hacer un examen en un sitio desconocido ante cinco desconocidos con traje. Al final, decidimos hacerlo en un gimnasio cercano, donde nos examinaría mi maestro y el maestro de mi maestro. En fin, que llegó el día fatídico. Fue horrible, creo que en mi vida lo pasé peor. Lo hice fatal, me pegué un puñetazo en un ojo y se me puso colorado como un tomate, a mi compañero le pegué un puñetazo en la cara y una patada donde no debería haber tocado y cuando nos dijeron que estabamos aprobados me faltó poco para caerme al suelo. Pero aquí estoy. Levanto la vista y veo la fotografía que me sacó mi padre el día que estrené el kimono y el cinturón blanco, y justo al lado mi nuevo cinturón negro. Las cosas cambian, las personas cambian, yo cambio. Pero en el fondo, todo sigue igual.

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